Canto sola y llevo el eco de los que quise. Cada uno es una parcela única, ireemplazable, insobornable al olvido. En este viaje hacia mí, en ese buscado encuentro me multiplico en sombras que los nombran, que los muestran en silencio. Y descubro con asombro que no son ellos sino yo, que empalidezco, que vivo del recuerdo, que no me atrevo a crecer con ellos. Y me veo insignificante y niña, ensayando pasos de vida, teniendo acortar distancias, rehuyendo no sé qué misterios. Los albores se me presentan lejanos y enmudezco, me hundo para no verlos. Pero de repente surjo la misma, aunque nueva, y los persigo con una fe ciega. Retrocedo y me achico, avanzo y me estiro. Y mientras tanto mi piel reclama ausencias, y aunque las sombras pesan, le obedezco. Terminaré construyéndome, pudiendo sentirme entera y en plenitud de mis fuerzas. Porque la piel es mandato, porque la vida ordena.